Descúbre Huércal-Overa

HISTORIA

Si hay en la provincia de Almería un pueblo con hechuras de ciudad, éste es Huércal-Overa. Situado a levante de la provincia, limítrofe con Murcia, Huércal-Overa es tierra de frontera, tierra que ha participado siempre de la más rica experiencia del ser humano, la de participar, al tiempo, de culturas distintas. Huércal-Overa lleva a sus espaldas, en efecto, una densa biografía que se pierde en los tiempos y que, además, se ha desarrollado en una tierra que ha tenido el privilegio de ser varias veces a lo largo de su historia puente de civilizaciones.

Los campos de Huércal-Overa, como en general todo el sudeste español y, más en concreto, el levante almeriense, fue centro de una intensa y fructífera vida en la prehistoria, cuando la cultura de El Argar dio aquel paso tan importante hacia el desarrollo humano, prólogo de unos siglos en los que fenicios, griegos, cartagineses y romanos trajeron la totalidad del Mediterráneo (de los otros Mediterráneos) a nuestro rincón del sur, con lo que empezaron a configurar la variada, larga y densa historia de nuestro país.

Las minas de la comarca fueron un gran reclamo para aquellos pueblos (comerciantes unos, conquistadores otros) de la Antigüedad. Las galerías del Cerro de San Francisco, en las proximidades de El Saltador, y del Cerro de Enmedio conservan aún los restos de galerías de aquellos tiempos ancestrales en los que las entrañas de nuestra tierra recorrían el Mediterráneo.

El 3 de marzo de 1668 cuando Huércal y Overa, con la denominación común de Huércal-Overa y mediante escrito de compra a la Real Hacienda, que pagaron los propios vecinos de su patrimonio, se emanciparon de Lorca y se convirtieron en villa con jurisdicción civil y criminal.

El principal fruto material de la prosperidad de este periodo fue la Iglesia Parroquial de Ntra. Sra. de la Asunción (1709-1739), un hermoso edificio barroco con un artístico retablo de José Ganga y obras escultóricas de prestigiosos imagineros (Francisco Salzillo y Alcaraz, Roque López, Francisco Bellver y Collazos, José Sánchez Lozano y Antonio Castillo Lastrucci). Como no podía ser de otra manera, el dinero para su construcción también salió de los bolsillos de los huercalenses.

El siglo XIX se abrirá con la dolorosa experiencia de la Guerra de la Independencia.  En Huércal-Overa estableció su cuartel general el general Joaquín Blake y en Huércal-Overa tuvo que librar feroces batallas contra los franceses en los Llanos de la Virgen y en la pedanía del Saltador.

Una serie de años de buenas cosechas, sobre todo en los rentables viñedos de los pagos de la Sierra de las Estancias, el desarrollo de la minería en Sierra Almagrera y la mejora de las comunicaciones, con la construcción de la carretera que une Puerto Lumbreras con Almería y el establecimiento de estaciones de ferrocarril y telégrafos, repercutieron en el engrandecimiento poblacional y económico de la villa. Hasta tal punto que se logró la adjudicación de una de las dos sedes provinciales de la Audiencia de lo Criminal (1884). A este efecto se construyó un Palacio de Justicia, actualmente sede del Ayuntamiento.

Esta riqueza tuvo su influencia en lo social y cultural. Prosperaron las asociaciones (Casino Principal, Cooperativa Cultural, Círculo Instructor Obrero...), se fundaron periódicos (El Horizonte, La Voz del Ateneo, El Almanzora), se consiguió una feria ganadera y comercial de ocho días (1818), se lideró la federación comarcal en defensa de los trasvases de agua al Valle del Almanzora, y sobre todo se consolidó la que ya no dejaría de ser la seña de identidad de Huércal-Overa: las procesiones de Semana Santa.  Todo este dinamismo lo podemos personificar en las figuras del magistrado e historiador D. Enrique García Asensio, autor de la Historia de Huércal-Overa y su comarca (1908-1910) y, sobre todo, de D. Salvador Valera Para, el Santo Cura Valera, cuya fama de santidad traspasó los estrechos límites de este pueblo y cuyo íntegro y humilde magisterio ha reconfortado a generaciones de huercalenses.

La actual Huércal-Overa adquirió su definitiva planta a finales del XIX, tras una décadas de expansión y construcción de edificios públicos que demostraban la pujanza del pueblo y que le dieron la atractiva imagen que hoy, en plena expansión, conserva, y cuya primera característica es la de los aires de ciudad que tiene, sin duda uno de los más acusados de la provincia.